Tras las últimas publicaciones, más de opinión que técnicas, quiero volver con esta reseña sobre el comportamiento del tejido óseo, tanto con el envejecimiento como con el ejercicio; a la tónica principal de las publicaciones de este blog, que como sabrán os lectores, es técnica.
Como siempre, procuraré ser lo más práctico posible para que el que lo desee, pueda aplicar lo explicado en la publicación, a su vida.
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PROPIEDADES MECÁNICAS DE LOS 2 TIPOS DE TEJIDO ÓSEO
Las
propiedades mecánicas de los dos tipos de tejido óseo son diferentes:
- Hueso cortical: es más rígido que el esponjoso y puede resistir un mayor estrés (fuerza por unidad de superficie) pero una menor deformación antes de fracturarse. In vitro, el hueso esponjoso no se fractura hasta alcanzar una tensión de un 75%, pero el hueso cortical lo hace con tensiones de alrededor de un 2 %.
- Por otra parte, debido a su estructura porosa, el hueso esponjoso tiene una mayor capacidad de almacenamiento de energía antes de fracturarse y por lo tanto, una mayor tendencia a sufrir fracturas con minutas (dos tipos de fracturas: de alta y de baja energía)
Además,
dado que la estructura del hueso es muy diferente según lo consideremos en un
plano u otro, su comportamiento mecánico también va a variar sustancialmente según lo carguemos
siguiendo un eje u otro. Esta característica mecánica se conoce con el nombre
de anisotropía. De aquí se deriva
uno de los grandes problemas que existen a la hora de analizar el
comportamiento del hueso osteoporótico frente al hueso “normal”.
OSTEOPOROSIS
El
término Osteoporosis se aplica a una serie de enfermedades de causa diversa,
que se caracterizan por la reducción de masa ósea por unidad de volumen, sin
que exista una perdida en la proporción entre fase mineral y fase orgánica del
hueso. Histológicamente, la osteoporosis se caracteriza por una dsiminución del
espesor de la corteza ósea y una reducción del número y tamaño de las
trabéculas. Dado que la remodelación del hueso es un proceso continuo, el hecho
de que la masa ósea este reducida, significa que debe haber una mayor reabsorción
que formación a partir de un momento en la vida de esta persona. Se ha
demostrado que la masa ósea empieza a declinar a los 40-50 años, de manera más
rápida en las mujeres que en los hombres, alcanzando una perdida en las
siguientes tres o cuatro décadas del 30-50% de la masa ósea que poseía a los
30-40 años (de aquí la importancia de alcanzar una alta masa ósea en la edad
juvenil para la reducir la gravedad de la osteoporosis juvenil).
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Pero además,
esa perdida de masa ósea se lleva a cabo
de una manera diferenciada: Es más intensa en unas zonas del esqueleto
(metacarpianos, cuello femoral y columna vertebral) que en otras (tercio medio
del fémur, tibia y cráneo) y afecta de manera distinta a los diferentes tipos
de huesos: en aproximadamente un 35% en el hueso cortical y hasta un 50% en el
esponjoso. La masa ósea, aumenta por el crecimiento radial del hueso, hasta
llegar a su máximo, alrededor de los 30 años. Después se produce un
estancamiento de duración variable, dependiendo del sexo y de la situación
hormonal, tras el cual la masa ósea declina progresivamente con la edad.
Existen
varios estudios en los que se intenta analizar la influencia del envejecimiento
fisiológico sobre las propiedades mecánicas del hueso, sin embargo no existe
una uniformidad ni en los métodos empleados, ni en los resultados obtenidos.
Basta pensar que, debido a la anisotropía que presenta el hueso, el mero hecho
de someter a la extremidad proximal del fémur a cargas que simulen el
traumatismo producido al caer al suelo, intentando explicar el mecanismo de producción de fracturas de la extremidad
proximal del fémur en pacientes osteoporóticos, pueden arrojar resultados
enormemente dispares de un experimentador a otro, al cambiar simplemente el eje
con respecto al cual se considera el traumatismo.
El
módulo elástico, en el que se refleja la rigidez del material, se ve poco
afectado por la edad. La mayor parte de los cambios en la resistencia del hueso
osteoporótico se deben a los cambios en porosidad y no en el grado de mineralización, el cual se ve
poco influenciado por la edad. Este dato parece lógico, pues tan solo refleja
la mayor resistencia del hueso cuando existe mas cantidad de tejido por unidad
de superficie para resistir las fuerzas tensionales. Si separáramos la
absorción de energía de la que es capaz el hueso en su componente elástico y
plástico, observaremos que son sobre todo los cambios en la fase plástica los
que justifican el aumento en la energía que el hueso es capaz de absorber de
manera elástica es, en gran medida, independiente de la edad. Esto significa
que, en esta curva de estrés/tensión (o de carga/deformación), la zona elástica
de un hueso joven y de uno añejo serán
casi superpuestos, y las diferencias significativas comenzaran a partir del
límite de elasticidad, quizá por las diferencias en la existencia de puentes de
unión entre las fibras de colágeno que aparecen debido al envejecimiento.
La
incidencia de fractura de cadera se multiplica exponencialmente con la edad, de
manera que una de cada tres mujeres y uno de cada dos hombres lo sufriría a la
edad de 90 años, sin embargo, nuestro conocimiento de la mecánica de las caídas
y de las fracturas de la extensión
proximal del fémur todavía no ofrece datos concluyentes.
El
trabajo de fractura (relacionado directamente con la carga de la fractura) que
se ha calculado es mucho menor que la energía que se produce durante una caída
al suelo: en el estudio de Hayes et all (1989) sobre 804 caídas en pacientes
(319 caídas provocaron fracturas de la extremidad proximal del fémur, 485
caídas que no lo hicieron). La energía
potencial calculada de los pacientes que se fracturaron la cadera fue de 495
+/- 161 Julios, y de las que no lo hicieron de 447+/- 139 Julios. Si tenemos en
cuenta, por otra parte, que la carga de la fractura (aunque muy variable entre
diferentes estudios) estima que oscila entre 778 y 4040N, con un trabajo de
fractura entre 5 y 51 Julios, veremos que se requiere mucha menos energía para
fracturar un fémur de la que, potencialmente, existe en una caída al suelo (los
valores calculados son alrededor de 10 veces superiores).
Sabemos
también que la fractura de cadera sucede en menos del 5% de las caídas, por lo
que es imperativo que existan mecanismos de disipación de energía, tales como
la deformación de partes blandas, contracción muscular y el uso de la mano, nos van ayudar a reducir
ese número de fracturas.
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De
aquí podemos extraer una conclusión muy importante para el tema que estamos
tratando: probablemente son las características de la caída, más que la propia
resistencia del hueso, la que va a provocar o no la aparición de la fractura.
Por todo esto, los intentos de predicción de riesgo de fractura basándonos tan
solo en los datos obtenidos a partir de la medición de la densidad ósea por
medio de la densitometría serán poco fiables, si no consideramos
también datos como la altura desde la que se produce la caída, la posición en
el momento del impacto (es mucho más fácil fracturar el fémur si el impacto se
dirige posterolateralmente, que si se dirige medialmente de manera directa
sobre el trocánter mayor), y los mecanismos de absorción de energía.
Con
el envejecimiento podemos distinguir también otra serie de procesos que ocurren
en el sistema músculo esquelético y que condicionan la respuesta de la persona frente a una caída: Su flexibilidad, su fuerza, su masa muscular y su
coordinación. A medida que envejecemos se produce un descenso de la
flexibilidad global, provocada por falta de uso (muy importante), una
reducción en la distensibilidad de las fibras conectivas, y se producen
lesiones y enfermedades como la artritis o la artrosis. El mantener un rango de
movilidad articular adecuado es muy importante a la hora de distribuir
correctamente las fuerzas corporales y de disipar los impactos por medio de los
tejidos conectivos que rodean a los huesos y a las articulaciones.
Sabemos
también que aunque la reducción de fuerza muscular es inexorable con el paso
del tiempo, la fuerza puede aumentarse en los ancianos por medio del
entrenamiento, exactamente igual que con los jóvenes: el % de mejora con el
entrenamiento de la fuerza es similar al que se observa en jóvenes, aunque
ligeramente, los valores finales alcanzables sean mucho menores. Uno de los
mecanismos más importantes para la mejora es la capacidad para reclutar
unidades motrices adicionales, más que la hipertrofia y aumento de masa muscular
que ocurre durante la juventud. (Frontera et all. J. Appl. Phisiol 1988). De
esta manera, el ejercicio físico regular y bien programado puede cumplir una
doble misión en la prevención de las fracturas en los ancianos: por una parte,
mejorando su masa ósea, y por otra, mejorando su capacidad de respuesta ante
una posible caída al darle más posibilidades de evitarla por la mejora de su
fuerza y flexibilidad y también incrementando sus mecanismos de disipación de
energía o amortiguación en el caso de que la caída se produzca. En definitiva,
una espléndida inversión en salud personal y en reducción del coste social que
este tipo de fracturas de los ancianos tienen para todos.
A continuación pueden revisar una presentación muy interesante en la que se explican aspectos como los citados en la publicación, entre otros.
A continuación pueden revisar una presentación muy interesante en la que se explican aspectos como los citados en la publicación, entre otros.
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